“—No me ves por un par de años y ya no me reconoces, niña —dijo regalándome una sonrisa ancha, de esas con las que se le marcan los hoyuelos. Madre santa, esa sonrisa—. Ven a darme un abrazo —dijo dejando la tabla en la arena y abriendo sus ahora fuertes brazos que se dejaban ver por la musculosa.