Como amanecer infantil con juguete nuevo, me entusiasmó la idea de hacer este libro. Siempre hay una dosis de ego latiendo en el que escribe, pero mi regocijo mayor, al no ser plenamente autor de estas glosas, era hacerle un regalo a quienes nunca contesté personalmente. Puedo tener ahora, al menos un gesto, hacia la amistad nacida de la relación cristalizada —como dijo Sthendal que sucede con los amores cuando los separa la distancia— entre mis textos en “El diablo ilustrado” y la carta del lector.