El nazismo postuló que todos aquellos que no fueran arios no eran humanos y por tanto serían tratados como animales. Si era ético experimentar con perros, gatos y ratones, ¿qué problema habría en hacerlo con judíos, polacos, gitanos u homosexuales? La respuesta la encontramos en los campos de concentración nazis donde cientos de fieles guardianas, con la sangre "limpia" y libres de intoxicaciones, se convirtieron en las torturadoras y asesinas más despiadadas de la Segunda Guerra Mundial. No son tan famosas como los Hitler, Himmler, Goebbels o Mengele pero la Historia más siniestra de la Humanidad tiene su hueco para estas auténticas arpías, las caras inhumanas que tantas víctimas dejaron tras de sí. Como el caso de Hermine Braunsteiner, "La Yegua de Majdanek", que disfrutaba propinando severas coces en el estómago de sus confinadas. O Irma Grese, el "Angel de Auschwitz", cuyo pasatiempo favorito era echar a sus perros para que devoraran a las prisioneras. A lo largo de este ...