A primera vista, nada diferencia a la joven rubia de pómulos perfectos que en 1975 se gradúa en la escuela de arte dramático de Yale del resto de las aspirantes a actriz de su generación: es guapa de un modo no convencional, va en bicicleta a todas partes, escribe un diario, dormita antes de actuar y sale hasta las tantas. Y, sin embargo, Meryl es distinta y pronto resulta evidente para todos. Ya en su primera temporada en Nueva York consigue actuar en Broadway, ser nominada a los Tony y aparecer en las veraniegas representaciones de Shakespeare en Central Park. Antes de cumplir los treinta,